La fila de antiguas casas formaba una calle sin retorno que limitaba con el antiguo cementerio colonial. Al final de la calle se alzaba la Maison Des Anges cuyo techo decadente podía verse desde el inicio de la calle por el transeúnte que se aventuraba en ella.
Era una casa de dos pisos, sótano y un patio posterior que terminaba en un barranco.
Una sucia pileta reinaba en el centro del patio, estaba llena de hojas podridas que formaban una hedionda masa putrefacta donde en sus mejores días debió correr agua cristalina.
Los vecinos de la Maison Des Anges eran sombras que sorprendidas y temerosas espiaban por las ventanas cuando La Roque se mudó al vetusto lugar.
El interior de la casa estaba decorado por un decadente papel tapiz cubierto de moho y humedad, sus altas paredes estaban coronadas por un techo recubierto de oxidado latón decorado por un altorrelieve popular en las casas del siglo XIX. En el altorrelieve, figuras de ángeles se mezclaban con el óxido dándoles una inquietante apariencia.
La Roque instaló sus efectos en el sótano. Tan pronto pudo, examinó la pared colindante con el cementerio y su cuerpo se estremeció al escuchar un espacio hueco del otro lado.
Al derribar el muro descubrió una puerta, cuya llave estaba entre sus pertenecías. Con cautela giró el cerrojo y con mucho esfuerzo abrió la puerta. Un aire fétido llenó el sótano, La Roque no pudo soportar la pestilencia y vomitó.
Caminó con temor por el túnel que estaba detrás de la puerta. Un descendente camino serpenteante le llevó a una cámara dispuesta como un antiguo laboratorio de alquimia en cuyo centro un enorme pilar de mármol unía el techo con el piso.
En uno de los extremos del pilar, el hermoso rostro tallado de un ángel miraba a una sucia mesa donde varios iconos religiosos estaban dispuestos.
La Roque se apresuró a iluminar el lugar disponiendo cirios sobre la mesa. Bajo la luz de los cirios, notó que la mesa era un altar donde un vacío portalibros esperaba. Sus manos temblaban mientras sacaba de uno de sus bolsillos un pequeño libro. Su cubierta era de cuero y tenía quemado un angelical rostro similar al tallado en el pilar de mármol.
Con una pequeña daga dibujó en su mano izquierda el nombre del ángel cautivo en el pilar de mármol y dejó que su sangre cayera sobre el rostro quemado en el libro.
Entonces empezó a recitar un monótono cántico cuyo murmullo se extendió por aquella caverna.
ELOM DENA EVOL DAGUM
MON DENA EVOL CERAT
SA DENA EVOL RAH
ELOM DENA EVOL DAGUM
El rostro del ángel del pilar tomó un malsano rubor que pasó inadvertido para La Roque que había caído en un profundo trance mientras repetía aquel infernal mantra.
Un escalofriante gemido se escuchó en las entrañas del pilar, cuando la boca del ángel cautivo se abrió y una nube interminable de hediondas y verdes moscas colmó el lugar.
La Roque despertó sobresaltado y tomando el libro corrió tan rápido como pudo hacía la salida del túnel donde la pesada puerta le esperaba cerrada.
Buscó la llave entre sus ropas cuando con un escalofrió recordó que la había dejado colocada en el cerrojo del otro lado de la puerta.
Las moscas llegaron hasta el, y asqueado sintió como aquella palpitante nube entraba por su boca devorando su cuerpo por dentro hasta que solo su piel sángrate cayó vacía al suelo.
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